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Protegemos nuestros datos pero los divulgamos en redes sociales

Actualmente, nuevas investigaciones están comenzando documentar y cuantificar la paradoja de la privacidad

Todos defendemos nuestra privacidad, pero después divulgamos todo sobre nosotros en Facebook, difundimos nuestro número de seguro social en la red y nos llenamos de dispositivos de rastreo como localizadores GPS y teléfonos celulares.

Según una nota publicada por The New York Times, investigadores le llaman a esto la paradoja de la privacidad: normalmente la gente sensata tiene impulsos y opiniones contradictorias e inconsistentes cuando se trata de salvaguardar su información personal.

Actualmente, nuevas investigaciones están comenzando documentar y cuantificar la paradoja de la privacidad.

En una conferencia presentada en el Taller sobre Seguridad y Comportamiento Humano, realizado en Boston esta semana, el economista de la Universidad Carnegie Mellon, George Loewenstein, resumió un estudio que condujo junto con otros dos colegas y que está próximo a publicarse.

He aquí sus hallazgos: nuestros principios en torno a la privacidad son poco firmes. Tenemos mayores o menores probabilidades de abrirnos, dependiendo de quién esté preguntando, cómo lo pregunta y en qué contexto.

Los científicos realizaron varias encuestas a estudiantes universitarios, a quienes pidieron una dirección de correo electrónico y después que indicaran si se habían involucrado en una serie de actividades de distintos tipos o, en ciertos casos, en algunas ilegales.

En uno de los experimentos, a un grupo de estudiantes se les garantizó que nada de la información que dieran en la encuesta sería dada a conocer. Eso debió hacerlos sentir más en confianza ¿cierto? pero en realidad, sucedió lo contrario. Cuando fue abordado el tema de la confidencialidad, los participantes se volvieron poco comunicativos. Por ejemplo, 25% de los estudiantes a quienes se les garantizó firmemente la confidencialidad admitió haber copiado el trabajo de alguien más. Entre los que no se les garantizó, fue más de la mitad la que admitió haberlo hecho.

Asegurarles confidencialidad, piensan los investigadores, hace que se presenten «temas de privacidad que de otra manera no figurarían en la cabeza de la gente». En otras palabras, entre menos piensan las personas acerca de la privacidad (y al sentarse en una habitación vacía frente a una computara ¿quién no lo hace?), más bajan su guardia,

En otro experimento, a algunos estudiantes se les pidió que entraran al sitio oficial de una universidad y les pidieron que respondieran una encuesta en la que les preguntaban si habían realizado ciertos actos vergonzosos. A otro grupo de estudiantes se les dio las mismas preguntas pero en un sitio de apariencia informal cuyo encabezado era «¿Qué tan malo eres?» con una carita de diablito al lado.

¿En qué sitio te sentirías más cómodo dando detalles «vergonzosos» de tu vida?

Las personas que respondieron a las preguntas en la página del diablito estuvieron significativamente más inclinadas a admitir haber estado involucrados en comportamientos ilícitos, incluyendo haber probado cocaína.

Al parecer, crear una atmósfera informal en línea impulsa a la gente a autorevelarse, a pesar de que un sitio no profesional tiene mayores probabilidades de representar un problema de privacidad que uno elaborado y sí profesional.

Loewenstein finalizó su conferencia con una advertencia en torno a un medio que al parecer trastoca nuestra capacidad de manejar nuestra privacidad según nuestros mejores intereses.

«Los indicios en los que confiamos a través de la cultura y evolución y que nos indican que está de por medio una cuestión de privacidad no están presentes en internet», dijo. Mientras tanto «la misma tecnología magnifica ese riesgo».

Fuente: El Universal, México