La procesadora de papas, frutas y verduras J.R. Simplot, la primera empresa estadounidense con licencia para editar genéticamente alimentos con una tecnología comparable a unas tijeras moleculares, cree que está herramienta puede ser clave para responder a la creciente demanda alimentaria.
«Estamos comprometidos con el objetivo de traer mejores alimentos al mundo», dice Susan Collinge, vicepresidenta de la empresa con sede en Idaho, quien asegura sin atisbo de duda: «los OMG (organismos genéticamente modificados) son seguros para comer».
La compañía Corteva Agriscience, del grupo DowDuPont, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y la universidad de Harvard acaban de otorgar a Simplot los derechos para aplicar a sus productos la herramienta conocida como CRISPR-Cas9.
La empresa es uno de los procesadores de papas más grandes de Estados Unidos y procesa además una variedad de frutas y verduras en este país, Canadá, México, Australia y China que son comercializados en más de 40 países.
La CRISPR-Cas9 es una herramienta molecular utilizada para «editar» o «corregir» el genoma de cualquier célula, comparable a unas tijeras capaces de cortar cualquier molécula de ADN de una manera muy precisa y totalmente controlada.
Su particularidad es que es capaz de seleccionar, eliminar y añadir genomas, por lo que se modifica el resultado del producto, pero sin incorporar ADN de otra especie.
Es una continuación de lo que la humanidad ha estado haciendo desde los inicios de la agricultura: seleccionar las características deseadas, como mayores rendimientos, resistencia a enfermedades, mayor vida útil o una mejor nutrición, sostienen sus creadores.
Además, -prosiguen- sirve para desarrollar soluciones sostenibles a las condiciones medioambientales cambiantes, para ayudar a los agricultores a producir más cultivos y para mejorar el producto para que se mantenga fresco durante más tiempo.
La vicepresidenta de Simplot subraya que hay un «consenso abrumador» entre los expertos y las principales autoridades científicas de todo el mundo, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Asociación Médica Estadounidense, acerca de la seguridad de los OMG.
Collinge puntualiza que existen más de 1,700 estudios sobre el tema, cientos de ellos financiados de forma independiente, y que desde hace 20 años el mundo consume alimentos e ingredientes alimentarios genéticamente modificados sin problemas.
No obstante, el hecho de cambiar el código genético de los alimentos supone todavía un problema ético para algunos y Simplot lo ha experimentado, pues en 2014 la cadena de comida rápida McDonald’s rechazó sus patatas genéticamente modificadas.
Según Collinge, la tecnología CRISPR Cas9 nos permitirá agregar o eliminar un rasgo de la planta con mayor precisión que con el cultivo tradicional o los métodos de ingeniería genética existentes.
Esta herramienta pionera puede permitir a los productores obtener mayores rendimientos en menos tierra, lo que resulta en menos pesticidas y uso de agua, al tiempo que mejora la calidad de los alimentos favoritos de los consumidores, aduce Collinge.
Neal Gutterson, director de tecnología de Corteva Agriscience, división agrícola de DowDuPont, señala en un comunicado que es necesario «obtener el tipo correcto de alimentos producidos de la manera correcta».
Pero a la vez «es importante poder producir alimentos suficientes para los 10,000 millones de personas que estarán en el planeta en 30 años», subraya.
Cada año el 35% de las patatas frescas se pierde, y con ellas 1,700 millones de dólares, debido a un almacenamiento deficiente o a acortamiento de la vida útil, según el Journal of Consumer Affairs.
Los aguacates, las fresas y otras frutas y verduras tienen pérdidas similares y la tecnología de edición de genes, como la herramienta CRISPR-Cas9, puede reducirlas significativamente.
Idaho produce 6,000 millones de kilogramos de patatas al año, un tercio del total de la nación, por un valor de alrededor de 1,200 millones de dólares.
«Es probable que la edición de genes no produzca nuevas variedades de patata durante al menos cinco años o más tiempo antes de que se puedan comercializar», prevé Collinge.