La innovación tecnológica tiene una carga inercial propia e independiente de aceleración y multiplicación, con efectos múltiples en la convivencia y el quehacer humano. Trae consigo una dinámica que no se frena ni detiene nunca, e incluso se acelera.
Esta dinámica da lugar a enormes beneficios de toda índole, ya sea en la economía, industria, salud, educación etc.; incluso en la generación de empleos donde, según el Foro Económico Mundial, para 2022 las nuevas tecnologías crearán 133 millones de empleos.
Sin embargo, las nuevas realidades en todos los ámbitos y niveles, sean globales, regionales o personales, son finalmente, producto del talento, el conocimiento y el dominio tecnológico que se acumula y concentra cada vez más en países y entidades con intereses económicos y de dominio, con un alcance geopolítico que pueden configurar estructuras, modelos y conductas doctrinarias con dogmas y controles en todos los niveles, incluso a nivel individual, que configuren la convivencia y el quehacer humano.
La inteligencia artificial, la robótica, la realidad virtual y aumentada, el Internet de las cosas, las nuevas generaciones de telecomunicaciones, etc., tienen un doble filo, donde la innovación y el desarrollo tecnológico deberían de asumir un marco rector que tenga como objetivo al ser humano como origen y destino y cualquier algoritmo o dispositivo digital.
La suerte está echada, ya se construyen, se apropian y se aprovechan vertiginosamente los beneficios reales y tangibles de la innovación tecnológica, que en gran medida provienen de poderes de facto y supranacionales.