El Internet de las cosas ya no es una utopía del futuro; sus aplicaciones se están materializando, incluso con dispositivos que prácticamente no se ven.
Así lo demuestra un equipo de la Universidad tecnológica de Eindhoven (Países Bajos) encabezado por el estudiante de doctorado Han Gao, que ha creado el sensor de temperaturas más pequeño del mundo: apenas 2 mm y un peso similar a un grano de sal.
Para funcionar no requiere más energía que la que se recibe del WiFi con el que se comunica y su pequeñez le permite instalarse en una antena y en un router.
Este dispositivo resultará útil sobre todo en domótica. Los sensores podrán instalarse en las paredes o el mobiliario de una casa, por ejemplo, para medir con precisión y eficiencia de la calefacción o el aire acondicionado.
También servirá para medir la temperatura de las diversas partes de la maquinaria en una fábrica o la superficie de un neumático en un vehículo en marcha.
En el ámbito de la salud, el sensor podrá tomar continuamente la temperatura corporal de una persona, y con una pequeña adaptación podrían mutar sus capacidades para medir, además, el calor, la luz y la proximidad de otro objeto.
Peter Baltus, director del Centro de Tecnología sin Cables, al referirse a este nuevo dispositivo que él y su equipo han creado, comenta que: ‘Todo el mundo está tan entusiasmado con el Internet de las cosas que los investigadores nos sentimos como obligados a que sea un éxito’.
Para Baltus el reto es inminente: ‘Estamos hablando de que cada uno de nosotros va a llevar encima ciertos dispositivos sin cables’ e implica dos grandes cambios en la manera de crear nuevos gadgets: eliminar las baterías y rebajar al máximo el costo de los aparatos sin cables.
‘Tenemos que acabar con eso de tener que ir cambiando las pilas, no sólo por cuestiones medioambientales, si no también porque no nos podemos pasar el día sustituyéndolas ni poniendo a cargar baterías de los nuevos y múltiples dispositivos con los que vamos a convivir’, comenta Baltus, para quien el pequeño tamaño y el poco peso de su sensor no son más que ‘la consecuencia’ de resolver ese doble desafío antibaterías y bajos costos.
Si el sensor cambia de sitio no es necesario reorientar la base, porque es capaz, según los investigadores, de escanear 100 ubicaciones distintas por segundo. ‘Podría llevarlo encima un perro moviéndose y no perdería eficiencia’, ejemplifica Baltus, aunque para eso sería necesario ampliar la mínima distancia que ahora mismo separa al sensor del emisor, es decir, unos ridículos 2.5 cm.
Sin embargo los investigadores han logrado resolver esto trabajando en frecuencias muy altas para las que una antena pequeña es suficiente. Ese rango espectro electromagnético está abierto en la mayor parte de los países.
Para desempeñarse, el chip gasta sólo un nanojulio, una nimiedad comparado con el consumo de cualquier aparato doméstico, pero suficiente para medir la temperatura y enviar datos a la estación en sólo 100,000 millonésimas de segundo.
Eso sí, no le sirve una estación de base cualquiera, ni mucho menos un router doméstico convencional: el aparato que han empleado aquí es muy sensible.
Su producción podría ser inmediata y cada chip costaría unos ¡0.20 centavos de dólar!