Solemos acostumbrarnos muy rápidamente a los cambios, incluso cuando no podemos comprenderlos en profundidad. En las últimas décadas, la revolución tecnológica ‘anuló’ las distancias, relativizando enormemente las fronteras entre los países. Palabras como ‘instantaneidad’ e ‘hiperconectividad’ están ahora en nuestro vocabulario, pero sobre todo en nuestra cotidianeidad. En tanto para los consumidores– de productos y servicios, pero también de información– estos cambios han supuesto un giro fundamental tanto para nuestra formación intelectual como para nuestro acceso al entretenimiento y a la cultura global.
Para las empresas, el impacto ha sido igualmente intenso. La consolidación de los avances tecnológicos les permitió, como nunca antes, establecer una conexión directa e inmediata con ‘el mundo’. En los hechos, esto significó tener una ventana permanente hacia todo el globo y saber, por ejemplo, lo que empresas del mismo rubro estaban haciendo en otras latitudes. Este acceso virtualmente ilimitado a la información tuvo además otro efecto positivo, ya que redujo notablemente la brecha entre las pymes y las grandes empresas, especialmente en materia de inserción tecnológica. De este modo, los frutos y recursos de la revolución digital quedaron, como nunca antes, tan cerca de las grandes corporaciones como de los emprendedores principiantes.
La paradoja de la globalización tecnológica, sin embargo, no ha tardado en evidenciarse: desde el momento en que todos los actores económicos cuentan con recursos similares en cualquier punto del planeta, la ventaja competitiva tiene que estar en ‘otra parte’. La respuesta, anticipada por los expertos, puede resumirse en las siguientes palabras: imaginación, innovación e ideas.
De los datos a las soluciones
La palabra ‘imaginación’ – a la que a veces asociamos erróneamente con connotaciones fantásticas e incluso poco realistas – resulta vital para la economía digital. En la práctica, ‘imaginar’ significa ser creativos una y otra vez, tanto en los escenarios o metas que nos trazamos como en los medios para llegar a ellas.
Don Tapscott, uno de los referentes más respetados en materia de economía digital, subraya que hablar de la Sociedad del Conocimiento no debe reducirse al mero uso de las nuevas tecnologías sino, sobre todo, a adoptar un nuevo enfoque que priorice la capacidad de transformar, en términos económicos, los datos en información y ésta última en conocimiento. Las perspectivas prometedoras de Big Data, apoyadas a su vez en nuestra creciente capacidad para almacenar, procesar y transmitir datos, son huellas inequívocas de nuestro futuro no tan lejano y sería un error no contemplarlas.
Desde mi punto de vista, el aporte de Tapscott es fundamental porque nos señala hacia dónde debemos dirigir nuestras energías creativas y transformadoras. En sociedades interconectadas como las nuestras, en las que constantemente se genera información, uno de los principales desafíos de las empresas es, y seguirá siendo, desarrollar habilidades para procesar los datos y convertirlos en soluciones innovadoras. En este sentido, la diferencia entre ser o no ser suficientemente creativo será determinante.
Imaginar para inspirar
La imaginación es también un capital crucial para redefinir los actuales modelos organizacionales. Optimizar los recursos de la economía digital significa ser capaces de crear ambientes amigables, abiertos e inspiradores. Para lograr esa meta, no basta con tener los dispositivos e infraestructuras más avanzados ni el talento – por cierto, muy valioso – de las nuevas generaciones de profesionales y consumidores (los llamados millennials). Aquí, el protagonismo de la creatividad es – otra vez – indispensable para generar entornos de trabajo estimulantes y prácticas eficientes y productivas.
Inspirar a los nativos digitales y potenciar todas sus competencias será, por cierto, un reto cada vez más imperioso. Frente al avance del teletrabajo y nuevas filosofías de vida tendientes a equilibrar lo personal y lo laboral, la gestión del capital humano demanda nuevos puntos de vista. Gary Hamel, líder del Management Lab de la London Economic School, destaca al respecto la necesidad de modificar algunas pautas clásicas del management. En este sentido, Hamel enfatiza que más que profesionales que cumplan las metas de una empresa, se necesitan empresas que despierten pasión e imaginación entre sus profesionales.
Este escenario constituye un auténtico desafío para todos los líderes de negocios, que debemos estar tan atentos a los cambios tecnológicos como a las consecuencias de los mismos. La imaginación no es sólo el motor para impulsar nuevos y mejores productos sino también para anticiparse al devenir de un mundo cada vez más complejo y vertiginoso. En este contexto, las mejores herramientas serán siempre, las que posibiliten las mejores ideas y puedan, a su vez, nutrirse de ellas.
Por Roberto Ricossa, VP de Marketing de las Américas de Avaya