Internet tiene un entramado mundial de más de 1.1 millones de kilómetros, la mayoría de fibra óptica, que recorre mares y océanos transportando datos alrededor del planeta, y que representa el 99% del tráfico de datos.
De acuerdo con las cifras de Telxius, propiedad de Telefónica, los satélites también son importantes en la conectividad, pero no alcanzan ni de lejos la dimensión de la infraestructura subacuática.
La transmisión de datos logra velocidades altísimas, soportada por la robustez del sistema que agrega características únicas para un mundo que demanda latencias mínimas, es decir, el tiempo que transcurre desde que se emite un paquete de datos desde un punto, hasta que se recibe el otro. Todo esto, a una velocidad de casi segundos, garantizando, además, calidad de la conexión desde cualquier sitio y ancho de banda.
‘Es la forma más rápida y sencilla para que todos contemos con Internet. El proceso de instalación es complejo y largo, pero las capacidades son incomparables con otras tecnologías’, asegura Cristina Regueiro, Dra. en Telecomunicaciones.
El proceso de instalación comienza en un barco que estudia el fondo marino para decidir la ruta óptima. (La línea recta no siempre es la mejor solución en estos casos). Poco a poco se lanza la fibra y un submarinista, sobre todo en zonas menos profundas, o un robot, baja para taparla y permitir que repose sin afectar al ecosistema. ‘Lo mejor es evitar zonas rocosas. Lo ideal es que vaya por la arena y cubrirla’, explica Regueiro.
El suministro eléctrico se convierte en un reto, ya que las distancias recorridas se miden en miles de kilómetros. La señal debe mantenerse constante y la fibra tiene una capa conductora encargada de alimentar los pequeños repetidores que se instalan en el fondo marino. Tanta complejidad conlleva todo el proceso de instalación que dura en promedio dos años. Poco tiempo, si se considera su vida útil de entre 30 y 40 años.
La seguridad es un punto importante, ya que puede suceder que un ancla, un terremoto o una red de arrastre dañe la estructura, pero el nivel incidencias es inferior a cualquier red de comunicaciones terrestres.
La semana pasada, Google anunció su primera ruta entre Estados Unidos y la Península, bautizada como Grace Hooper, en homenaje a la madre de la programación informática y creadora de lenguaje COBOL.
La intención de Google es reforzar la infraestructura de Google Cloud tanto en Madrid como mundialmente en 2022, cuando está previsto que finalice el proyecto. ‘Dispondrá de la novedosa conmutación de fibra óptica, una tecnología que mejora la fiabilidad de las comunicaciones globales, lo que permite mover mejor el tráfico con velocidades superiores a los 200 terabits por segundo’, sostiene Bikash Koley, vicepresidente de Google global Network.
Uno de los principales soportes durante el confinamiento
Durante el momento más grave de la pandemia, en mitad del confinamiento, los cables submarinos han sido imprescindibles. Con una sociedad incorporada por completo al mundo digital, la red se ha visto sometida a un estrés sin precedentes.
Tal y como apuntan fuentes de Telefónica, ha sido uno de los principales soportes que han mantenido viva la actividad empresarial, laboral, educativa, cultural y social durante la crisis del COVID-19.
‘Han soportado robustamente el aumento de tráfico de hasta el 55%. Durante la primera mitad del año, la capacidad provista para estas asignaciones ha crecido un 140% en comparación con el mismo periodo del año pasado’, comentan las mismas fuentes.
Los gigantes tecnológicos como Google, Facebook y Netflix, aparte de contar con sus propias redes submarinas, son clientes habituales de este tipo de conectividad.
‘El cable por debajo del mar tiene una misión crucial a la hora de posibilitar que dos personas o servidores de una misma compañía situados en ambos lados del Atlántico, se comuniquen de forma instantánea’, comenta Telxius.
La evolución tecnológica guía a esta estructura hacia velocidades de transmisión aún mayores e instalaciones construidas en plazos más cortos, pese a que recorren 20,000 km, como la que une en el continente americano con el asiático.
‘La fibra óptica es la misma que utilizamos en nuestros hogares, la diferencia es que tiene más pares, por eso es más veloz y su grosor se asemeja al de nuestros brazos’, concluye Regueiro.
Por dentro, cada cable de fibra apenas es más grueso que un pelo. Cuando nos quedemos sin Internet, más que mirar al espacio y fijarnos si hace mal tiempo, es mejor comprobar si un barco anda transitando en mitad del Atlántico o un huracán ha arrasado con el fondo marino.